lunes, 30 de agosto de 2010

9/8/2010

Atracados en puerto, de nuevo, no deja de sorprenderme el bullicio de sus calles, el ruido de sus gentes y la luz mortecina de sus farolas amarillentas que dan al entorno un aspecto fantasmagórico.

El bochorno pegajoso dentro del barco se hace sofocante en muchos momentos en los que la brisa cesa.

El ron no ayuda a aliviar el calor, casi lo acentúa más, pero si sirve para olvidar momentáneamente que volvemos a estar en tierra firme, prisioneros de las costumbres, de las leyes y de la hipocresía y la incomprensión que en ella reinan.

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